Aun sin ser un gran lector de ciencia ficción, aunque algo más aplicado como espectador, siempre me ha parecido que el género posee unas cualidades que lo hacen brillar por encima de su inmerecida clasificación como subgénero de un arte mayor, sea la Literatura o el Cine, así con mayúsculas.
Se da el caso que, al menos en el cine, algunas de mis películas favoritas, en términos absolutos pertenecen a este género. Citaría “Alien”, “2001”, y sobre todo “Blade Runner”. Que el nombre de este blog sea nexus99 no es casual. Otra de las ficciones que han cursado con diferente suerte en papel y en celuloide ha sido “Solaris”, que constituye la obra cumbre de su autor, el polaco Stanislaw Lem, y que ha sido llevada al cine con desigual acierto por Tarkowski (1972) y Soderbergh (2002).
En cualquier caso, el fin de este post no es enumerar mis obras favoritas, sino utilizarlas como ilustraciones para el que creo es el mejor valor de este género, que es el de hacer valer su libertad casi absoluta a la hora de construir escenarios y situaciones, para así servir de banco de pruebas, o de piedra de toque, de las emociones y los valores humanos.
Por ejemplo, se puede divagar hasta el infinito sobre lo que significa ser Humano, invocando decenas de corrientes filosóficas, pero sólo la ciencia ficción nos puede colocar desnudos de teoría y de prejuicios, ante una historia en la que unos seres artificiales (llámeseles robots, replicantes…) se cuestionan sobre su existencia, o anhelan convertirse en seres humanos, sin conseguirlo.
Al enfrentarnos a una historia así, es nuestra parte emocional la que responde, y es posible que el mecanismo de identificación que todos poseemos traicione nuestras más profundas creencias, por muy racionalmente fundadas que estén.
Así, resulta que trasladar la historia a galaxias muy lejanas o tiempos muy remotos (generalmente en el futuro), es un atajo estupendo para llegar a cosas muy cercanas. La esencia de existir, de ser humanos, el amor, la muerte, la soledad, la pérdida, la alienación, la búsqueda de nuestros orígenes.
La idea de escribir este artículo me surgió al salir del cine, cuando fui a ver “Los sustitutos” (“The Surrogates”). La película presenta un punto de partida a priori interesante e inquietante: una humanidad que vive recluida en su casa, mientras que el trabajo, la vida social, etc. es llevada a cabo por “sustitutos”: prótesis autónomas, o androides, controlados remotamente por sus usuarios, y que presentan siempre una apariencia impecable, y un alto nivel de eficiencia en el trabajo, inmunes a la degradación que el tiempo obra en sus propietarios. Pero la película no es lo bastante buena como para alimentar una reflexión muy prolongada. Una reflexión que vaya, digamos, más allá de la primera cerveza en el pub de la esquina.
El trabajo de Bruce Willis es decente, pero la acción carece de interés, los recursos estilísticos son demasiado obvios, como la fotografía exagerada para realzar las diferencias entre seres humanos y máquinas. Lo mejor de la película, sin embargo es, a mi entender, la relación entre el protagonista, y su esposa. O entre los androides representantes de ambos. Por supuesto, enseguida se ve que se está planteando hasta que punto afecta a las relaciones humanas, de pareja en concreto, la idealización del otro, o cómo la propia idealización convierte las relaciones en un juego de máscaras.
Pero lo que le agradezco más a la película es que me devolviese a la mente aquellas historias de ciencia ficción que han abordado el tema del amor, de su caducidad (Blade Runner) , de su imposibilidad quizás (Solaris); y lo han hecho forzando las situaciones al máximo, como sólo puede hacerlo una historia de ciencia ficción.
De eso hablaré en las próximas publicaciones.
Villa Diodati
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Una pena que no se prodigue usted más, Don Luis.
Publicar un comentario